jueves, 20 de septiembre de 2012

Los derechos de las mujeres


Vengo desde ayer  desde el pasado obscuro y olvidado Con las manos atadas por el tiempoCon la boca sellada desde épocas remotas. Vengo cargada de dolores antiguos, recogidos por siglos, arrastrando cadenas largas e indestructibles. Vengo desde la obscuridad, del pozo del olvido con el silencio a cuestas, con el miedo ancestral que ha corrido mi alma desde el principio de los tiempos. Vengo de ser esclava por milenios, esclava de maneras diferentes:
sometida al deseo de mi raptor en Persia, esclavizada en Grecia bajo el poder romano,
convertida en vestal en las tierras de Egipto, ofrecida a los dioses en ritos milenarios vendida en el desierto o canjeada como una mercancía vengo de ser apedreada por adúltera en las calles de Jerusalén por una turba de hipócritas, pecadores de todas las especies que clamaban al cielo mi castigo. He sido mutilada en muchos pueblos para privar mi cuerpo de placeres y convertida en animal de carga, trabajadora y paridora de la  especie. Me han violado sin límite en los rincones del planeta sin que cuente mi edad madura o tierna o importe mi color o mi estatura.
Debí servir ayer a los señores, prestarme a sus deseos, entregarme, donarme, destruirme, olvidarme de ser una entre miles. He sido barragana de un señor en Castilla, esposa de un marqués y concubina de un comerciante griego, prostituta en Bombay y en Filipinas y siempre ha sido igual mi trato. De unos y de otros siempre esclava, de unos y de otros obediente, menor de edad en todos los asuntos, invisible en la  historia más lejana y olvidada en la historia más reciente. Yo no tuve la luz del alfabeto. Durante largos siglos aboné con mis lágrimas la tierra que debí cultivar desde mi infancia. He recorrido el mundo en millares de vidas que me han sido entregadas una a una. Y he conocido a todos los hombres del planeta. Los grandes y pequeños, los bravos y cobardes, los viles, los honestos, los buenos, los terribles. Más casi todos llevan la marca de los tiempos. Unos manejan vidas como amos y señores, asfixian, aprisionan y aniquilan. Otros dejan almas comercian con ideas, asustan o seducen, manipulan y oprimen. Yo los conozco a todos, estuve cerca de unos y de otros, sirviendo cada día, recogiendo migajas, bajando la cerviz a cada paso, cumpliendo con mi karma. He recorrido todos los caminos he arañado paredes y ensayando silencios tratando de cumplir con el mandato  de ser como ellos quieren mas no lo he conseguido. Jamás se permitió que se escogiera el rumbo de mi vida.
He caminado siempre en una disyuntiva ser santa o prostituta. He conocido el odio de los inquisidores que a nombre de la santa madre iglesia condenaron mi cuerpo a su servicio y a las infames llamas de la hoguera. Me han llamado de múltiples maneras: Bruja, loca, adivina, pervertida, aliada de Satán, esclava de la carne, seductora, ninfómana, culpable de los males de la tierra. Pero seguí viviendo, arando, cosechando, cosiendo, construyendo, cocinando, tejiendo, curando, protegiendo, pariendo, criando, amamantando, cuidando y sobre todo amando.
He poblado la tierra de amos y esclavos, de ricos y mendigos, de genios y de idiotas, pero todos tuvieron el calor de mi vientre, mi sangre y su alimento y se llevaron un poco de mi vida.
Logre sobrevivir a la conquista brutal y despiadada de Castilla en las tierras de América pero perdí mis dioses y mi tierra y mi vientre parió gente mestiza después de que amo me tomó por la fuerza.
Y en este continente mancillado proseguí mi existencia cargada de dolores cotidianos, negra y esclava en medio de la hacienda me vi obligada a recibir al amo cuantas veces quisiera sin poder expresar ninguna queja. Después fui costurera, campesina, sirvienta, labradora, madre de muchos hijos miserables, vendedora ambulante, curandera, cuidadora de niños o de ancianos, artesana de manos prodigiosas, tejedora, bordadora, obrera, maestra, secretaria, enfermera. siempre sirviendo a todos, convertida en abeja o sementera cumpliendo las tareas más ingratas moldeada como cántaro por las manos ajenas. Y un día me dolí de mis angustias un día me canse de mis trajedias, abandoné el desierto y el océano, bajé de la montaña, atravesé las selvas y confines y convertí mi voz dulce y tranquila, en bocina del viento y en grito universal y enloquecido. Y convoqué a la viuda, a la casada, a la mujer del pueblo, a la soltera, la violada, la hermosa, la engañada, la prostituta. Vinieron miles de mujeres juntas a escuchar mis arengas, se habló de los dolores milenarios, de las largas cadenas que los siglos nos encargaron a cuestas. Y formamos con todas nuestras quejas un caudaloso río que empezó a recorres el universo ahogando la injusticia y el olvido, el mundo se quedo paralizado, los hombres y mujeres no caminaron se pararon las maquinas, los tornos, los grandes edificios, fabricas, ministerios y hoteles.
Las mujeres, por fin, lo descubrimos. ¡Somos tan poderosas como ellos y somos muchas más que el sufrimiento! ¡Más que la infamia y más que la miseria!

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